Adriana
"No me rendiré ahora, ahora, ahora. Déjame amarte", canté con la música cuando sentí una mano alrededor de mi cintura y, mientras Draven me atraía hacia él, me invadió la lujuria junto con otra emoción que no lograba descifrar. En todo lo que podía pensar era en sus ojos, azules y fríos. Me reí y di vueltas, bailando al ritmo de la música.
Al día siguiente abrí los ojos y lo primero que vi fue el techo. Me volteé para ver la hora en el reloj y sentí que mi cabeza se iba a partir en dos. ¿Qué demonios había pasado anoche? Solté un gemido de dolor al sentarme y, al mirar alrededor, me di cuenta que estaba en mi cama, en mi propia habitación. Cerré los ojos, confundida. Lo último que recordaba era beber vino, en la carpa, en el campamento. De pronto, escuché una voz familiar que me hizo saltar del susto. “Veo que ya despertaste”, Draven dijo. Volví a abrir los ojos y lo vi sentado en una silla, al lado de mi cama, frunciendo el ceño. Era obvio que estaba enojado y no pude hacer otra cosa que sonreírle débilmente. “¿Qué pasó?” Pregunté, los recuerdos de la noche anterior eran borrosos y no lograba descifrar con exactitud qué había hecho. “¿Cuándo regresamos a casa?” Pregunté, pero en vez de responderme, Draven se quedó mirándome un largo rato. Sus intensos ojos azules hacían que me pusiera muy nerviosa y, pronto, mi corazón empezó a latir muy rápido. “¿No te acuerdas de nada?” Draven preguntó después de lo que me pareció una eternidad y se metió las manos a los bolsillos antes de caminar hacia el otro lado de la cama. “¿No te acuerdas de todos los problemas que causaste anoche?” Su voz era fría y se veía muy enojado. Cuando iba a responder, algunos fragmentos de lo que había hecho la noche anterior pasaron por mi mente, como flashes, y mis ojos se abrieron de par en par. ¿Me había emborrachado? “Te juro que no quise…” empecé a disculparme, pero Draven estaba furioso y no quería escuchar mis excusas. “¿No te acuerdas que vomitaste encima mío y que me ensuciaste toda la camisa?” Dijo, prácticamente gritando. No supe qué hacer o decir, así que solo negué con la cabeza y salí de la cama para acercarme a él y disculparme. Sin embargo, Draven puso su mano en mi frente y me lo impidió. “Mantén tu distancia”, dijo en voz baja. Su rostro estaba contraído en una expresión fea, por la rabia que sentía hacia mí. Me mordí el labio inferior, intentando no llorar, y me quedé callada. “¿De qué te acuerdas?” Draven preguntó después de un rato. Parecía haberse calmado un poco. Cerré los ojos y volví a la cama, sintiéndome completamente humillada. Algunos flashes pasaron por mi mente. “Recuerdo que bailamos… y eso es todo”, respondí. Al oír esto, Draven levantó una ceja y se dio la vuelta, arremangándose y mostrando sus tatuajes. "¿Entonces no te acuerdas que me insultaste en frente de todos?” Preguntó, volviendo a poner las manos en sus bolsillos. “Yo… no…” dije, bajando la cabeza y sintiéndome muy pequeña. Todo lo que quería hacer era huir de este lugar y nunca más regresar. Me sentía muy avergonzada y humillada. “¿Qué más recuerdas?” Draven insistió. “Eso es todo lo que recuerdo”, respondí en voz baja mientras negaba con la cabeza. “No recuerdo haber vomitado ni haberte insultado”. Draven caminó por la habitación por unos minutos que me parecieron eternos y luego se acercó a mí. Lo vi tomar mi mano derecha antes de levantarla y me di cuenta que quería decirme algo cuando noté el brazalete que tenía en la muñeca. “Esto”, Draven dijo, su voz se había vuelto grave y seria. “¿Quién te lo dio?” Mi mente se quedó en blanco ante sus palabras y me quedé mirando el brazalete, confundida. Era un brazalete de plata con una piedra de topacio azul incrustada en el medio. Levanté la mirada y vi a Draven con asombro. No tenía idea quién me lo había dado ni de dónde lo había sacado. “Adriana, respóndeme”, Draven insistió. “¿Quién te dio esto?” “No sé”, respondí, encogiéndome de hombros. “No me acuerdo…”
------------------------------------------------------------------------------------------
“Draven, no me acuerdo de nada, te lo juro”, dije por millonésima vez. Sin embargo, él solo entrecerró los ojos y levantó sus cejas. Estaba segura que pensaba que le estaba mintiendo. “Quítatelo”, me ordenó y volví a mirar el brazalete en mi muñeca. ¿Por qué estaba tan nervioso por esa tontería? Me había estado preguntando por el brazalete todo el día. Tal vez por fin había perdido la cordura. “¿Por qué?” Pregunté y lo escuché gruñir antes de fulminarme con la mirada. Era obvio que estaba enojado conmigo por no haberlo obedecido sin cuestionar su autoridad. “No es un brazalete cualquiera, Adriana”, dijo, furioso. “Contiene una hierba llamada Vervain, que te protege de los hechizos”. Se volteó a mirarme y pude sentir mis ojos agrandarse, ya que no podía creer lo que me estaba diciendo. “Pero supongo que ya sabías esto cuando lo recibiste, ¿verdad, muñeca?” Agregó con un tono sarcástico. Negué con la cabeza en señal de protesta, sentándome una vez más en la cama y haciendo que la cabeza me diera vueltas por el movimiento brusco. “Te juro que…” dije, pero Draven me interrumpió. “De cualquier manera, quiero que te lo quites ahora mismo”, dijo con firmeza. Apreté mis labios en una línea recta y estiré mi mano hacia él. “Cógelo”, dije y escuché que suspiró de impotencia. Solo estaba siguiendo sus órdenes, no sabía por qué estaba tan molesto. “¿Crees que no lo hubiera hecho si pudiera?” Preguntó, fastidiado, en voz alta. Parpadeé un par de veces, confundida por su respuesta. ¿Acaso no podía quitármelo a la fuerza? “Te lo daré”, dije, desabrochando el brazalete con una mano y mordiéndome el labio inferior. “A cambio de mi collar”, agregué. Vi que Draven se estremecía ante mis palabras. Se metió una mano al bolsillo para sacar mi collar y enredarlo entre sus dedos. “Está bien”, respondió. Terminé de quitarme el brazalete y se lo entregué, pero cuando estaba a punto de coger mi collar, él agarró mi mentón y puso su rostro muy cerca al mío. Sus ojos se posaron en los míos. “La próxima vez no te dejaré negociar y espero que solo hagas lo que te pida”, me advirtió con frialdad antes de soltarme y arrojar el collar sobre la cama. Suspiré, aliviada, fue un milagro el lograr que Draven haya aceptado cambiar el brazalete por mi collar. Esa noche di vueltas en la cama sin poder dormir. Al final, me rendí y me levanté para salir a escondidas de mi habitación. Como no podía conciliar el sueño, pensé que tal vez, si comía algo, podía quedarme dormida después de tener la barriga llena. Caminé por el pasillo, pero no pasó mucho tiempo antes de que Finn se apareciera frente a mí y estropeara mis planes. Emití un grito ahogado al verlo aparecerse de la nada y estuve a punto de retroceder, pero él me agarró de la cintura, haciéndome gritar por la sorpresa. “¿Qué quieres?” Pregunté, mirando sus ojos marrones y poniendo una mano sobre su pecho, para que no se acercara más a mí. “¿Adónde te vas a escondidas, cariño?” Preguntó. Me quedé en silencio por unos segundos y luego chasqueé los labios con molestia. “Voy a comer algo”, respondí con sinceridad, dándole un pequeño empujón. Finn me soltó antes de pasar una mano por su cabello castaño claro y lacio. Tenía una pequeña sonrisa en el rostro. “¿Qué?” Pregunté mientras él se apoyaba contra la pared. Su sonrisa se hizo más grande ante mi pregunta. Se veía muy siniestro e hizo que un escalofrío recorriera mi espalda. “Ah, entonces, ¿vas a unirte a nosotros esta noche?” Preguntó dando un paso adelante. Negué con la cabeza, sintiendo que el miedo se apoderaba de mi cuerpo. “¿Por qué no?” Insistió, avanzando unos pasos más. Por instinto, retrocedí mientras él avanzaba hacia mí y, pronto, mi espalda chocó contra la pared. Retroceder había sido una mala idea, ahora Finn me tenía atrapada entre sus manos, que estaban a ambos lados de mi cuello, y la pared. Contuve las ganas de gritar y llorar, recordándome que ahora que vivía en esta casa iba a tener que lidiar con cosas como esta con frecuencia. De todos modos, sabía que gritar era inútil, así que lo único que podía hacer era enfrentarme a él. “Solo tengo hambre, Finn..” dije después de reunir coraje para hablar con firmeza. Finn puso su rostro más cerca de mi cuello y pude sentir su aliento mentolado abanicándose contra mis labios mientras trataba de encontrar una manera de escabullirme. “Yo también tengo hambre”, Finn respondió en voz baja. Estaba a punto de decir algo más, cuando escuché que una voz familiar lo interrumpió y lo hizo retroceder de inmediato. “Adriana, ven aquí”, Vincent dijo. Corrí hacia él a toda prisa, mirando a Finn, que nos miraba con desdén. Tenía que felicitar a Vincent; él siempre me estaba salvando de situaciones como esta.