Capítulo 19
999palabras
2023-10-14 07:43
Capítulo Dieciocho
Anthony
Era mediodía cuando terminamos las tareas del jardín y Pedro se marchó a trabajar al Club de Pesca, entonces recordé que había hecho planes para reunirme con Lisa y me apresuré a salir. Al llegar a la Avenida Costanera aminoré el paso y me entretuve para disfrutar el sonido del mar. Pasé junto a la unidad sanitaria y los baños públicos, y pronto me encontré con la heladería. Era un día caluroso, por lo que el lugar estaba bastante concurrido. No me hizo falta buscar a Lisa, porque apenas llegué ella se levantó de un salto y me hizo señas para que me acercara.

―¡Al fin! ―dijo a modo de reproche en el momento en que me sentaba a su lado―. ¿Puedo saber a qué se debe tu tardanza?
―Peter pasó por mi casa en la mañana y se quedó a desayunar.
―¡Ah! ¿Y solo desayunaron? Porque ya es mediodía… ―La picardía brilló en sus ojos.
―¡Lisa!
―Lo sé, lo sé ―se apresuró a decir al ver mi rostro―. Solo quería divertirme un rato.
―A mi costa.

Nuestra conversación derivó en temas tan variados como el estado del tiempo, las novelas aburridas de la televisión, las posibilidades que tenía de irme a estudiar a La Plata, nuestros amigos de la secundaria a los que no habíamos vuelto a ver, la última gira de Coldplay y la cantidad de turistas que había en la bahía.
Intentábamos adivinar si el hombre que había dos mesas a la izquierda era o no casado por el anillo que llevaba en el dedo, cuando una voz a mi espalda nos cortó la conversación.
―Volvemos a encontrarnos ―dijo con evidente diversión, atrayendo de inmediato mi atención hacia él.
Antes de mirarlo supe que se trataba del francés. La cara de Lisa y sus ojos escrutadores me dieron la pauta de que no me había equivocado al pensar en él.

―¡Hola! ―Me volví con una sonrisa.
Llevaba un pantalón oscuro y una remera de mangas largas color azul que se pegaba a su torso y denotaba los músculos que había debajo. Sus ojos negros me miraron divertidos. Había olvidado lo apuesto que era aquel hombre.
―¿Cómo te encuentras? Lamento si interrumpí algo.
―¡No! ―respondió mi amiga con efusividad―. En realidad solo hablábamos de trivialidades. ¿Quieres sentarte con nosotras?
Anthony aceptó gustoso y se acomodó entre las dos dejando que nos deleitáramos con su presencia. Noté cómo Lis se ponía a la carga de inmediato; era obvio cuánto le había gustado el francés, aunque para ser sinceros, se trataba de un espécimen que le gustaría a cualquiera.
Pedimos unos helados que él insistió en pagar y después salimos para dirigirnos hacia la playa.
―Debe ser increíble viajar por el mundo ―dijo Lis fascinada.
―Es una forma de pasarlo bien. Aunque a veces puede ser estresante cuando suceden cosas imprevistas.
Acto seguido se enfrascó en algunas historias de sus travesías y nos mantuvo entretenidas durante horas. Era imposible negar que Anthony me atraía, sin embargo era consciente de que se encontraba de pasada y en unos días no volveríamos a verlo, así que opté por no ilusionarme.
Luego de separarnos del francés fuimos a la casa de mi amiga y ella se desarmó hablando de la nueva atracción: su porte, su altura, su cuerpo, su forma de caminar, el sonido de su voz.
―¿Quedará muy obvio si mañana lo buscamos? ―preguntó por décima vez.
―Ya es muy obvio ―le sonreí―. De todas formas no creo que le moleste, estará más complacido consigo mismo; cuanto más obvias seamos más se regodeará en su encanto.
―Sí… bueno, tal vez deberíamos ser un poco más disimuladas. ―Razonó.
―Lisa, ¿puedo pedirte un favor? ―La miré con gesto suplicante―. No te enamores de este extranjero, sé que es divino, pero se irá.
―¡No me enamoraré! Aunque algo de diversión no le viene mal a nadie.―Sus ojos brillaron de entusiasmo―. La verdad es que esta vez no estoy pensando en mí, sino en ti ―agregó como quien no quiere la cosa.
―¿En mí? ¿Qué quieres decir?
―Maia creo que ya es hora de que te diviertas y justo da la casualidad que Anthony se cruza en tu camino. Es el momento perfecto.
―Sabes que no soy tan apasionada como tú, déjalo así, mi hombre ya llegará.
―No si lo evades.
Por la ventana vi que se había apagado el color rojizo que iluminaba el cielo hacía unos minutos y ahora comenzaba a brillar la luna. Me levanté de un salto feliz de encontrar una excusa para eludir el tema.
―¡Mira la hora que es! Será mejor que me marche, mamá va a llamar y tengo que mostrarle que he mantenido la casa impecable.
―No te escaparás, mañana volveré sobre ello.
Recorrí las tres cuadras hasta mi casa mientras trataba de evadir las imágenes de mi sueño que se empecinaban en volver. Cuando me detuve en la puerta para sacar las llaves una presencia a mis espaldas me hizo voltear. La antigua casona donde había pasado dos noches se alzaba majestuosa y amenazadora en la oscuridad. Titubeé unos segundos antes de caminar hacia la cerca, un viento gélido se levantó y las copas de los árboles crujieron sobre mi cabeza.
―Ven Maia. ―La voz resonó en mis oídos―. Sé que lo quieres. Ven a mí.
De pronto me invadió el miedo, aquella edificación ahora parecía sacada de un cuento de terror. Estaba inmóvil en su lugar, y a la vez parecía moverse, retorcerse como un animal enjaulado, gruñir con furia, respirar como un ser vivo. Desde adentro la voz resonaba como proveniente de una cueva y una fuerza irresistible se apoderó de mi cuerpo. No quería entrar, pero mis pies me llevaron hacia ella sin poder evitarlo.
Apenas traspasé el umbral la puerta se cerró y el susurro del viento se desvaneció. Con el corazón agitado y conteniendo la respiración, me apoyé en una de las paredes con la intención de calmarme. Había estado allí la noche anterior, ¿por qué temer ahora?